miércoles, 16 de enero de 2013

[72] ÚLTIMA LECCIÓN ACADÉMICA_ JAVIER CARVAJAL ARQUITECTO

ÚLTIMA LECCIÓN ACADÉMICA. JAVIER CARVAJAL #TextodelaSemana



Por Javier Carvajal Ferrer

Llegué a la docencia, como la mayoría de los que a ella se dedican, con más deseo de dar que de recibir, aun­que ahora, en el momento de hacer balance, no sabría decir honradamente, si fúe más lo que recibí o lo que aporté.
Llegué a la docencia de la mano de un gran profesor que tue también Director de esta Escuela: don Modesto López Otero, creador personal de la ciudad Universitaria, que para colaborar en su trabajo, convocó a muy importantes arquitectos desde los primeros tiempos de su fundación en los últimos de la Monarquía Alfonsina,
durante la República y más tarde para su reconstrucción, al término de la Guerra, por encargo del Generalísimo Franco, y también para su continuación hasta el fin de su vida. Entre los llamados a esta tarea, don Modesto, al que aún no se ha hecho toda la justicia a la que su categoría personal y profesional le hacen acreedor, nos encargó a José María García de Paredes y a mí la construcción de la Escuela de Ingenieros de Telecomunicaciones, en los primeros años sesenta.
Llegué a la docencia, sin que en ello haya desdoro ni censura para los que fueron mis profesores, entre los cuales cuentan grandes maestros, entre otros: D'Ors, Torres Balbás, García de Arangoa, por no citar a otros, y no hay censura, porque todo lo que hacemos es perfectible y hay caminos equivocados que se caminan noblemente; llegué, digo, con el deseo de aportar nuevas ideas y nuevos modos de enseñanza; y de transmitir lo que creía saber y lo que pensaba de manera distinta a como yo había vivido mi experiencia escolar. Llegué con deseo de reabrir desde la cátedra, los caminos de la Arquitectura racional, como también pretendía hacerlo desde mi estudio, y también de rechazar los historicismos retóricos, que desde determinados sectores habían marcado en los polémicos años treinta la arquitectura de todo el mundo y no sólo la española, desde Moscú a Ginebra, y desde Roma a Londres; Berlín y aún Nueva York y que muchos de nosotros entendíamos como anti‐históricos. Fueron estos años vitales, por nuestra edad, apasionados y apasionantes y tal vez. Porque no decirlo, ingenios, llenos de esperanzas que hoy son casi incomprensibles desde el escepticismo, la abulia, la indiferencia y el conformismo que invade tantos campos de la cultura de nuestra sociedad.
Con edades distintas, con puntos de vista diferentes y con muy distintas capacidades y méritos, no puedo dejar de recordar los nombres de tantos amigos míos de aquellos años y de nuestra tierra con los que compartí una misma voluntad de renovación y de propuesta: Coderch, el precursor a quién tanto admiré y sigo admirando, que a tantos se adelantó en la propuesta de aunar modernidad y memoria tradicional, rechazando dogmatismos, recetas y comodidades. Paco Sáenz de Oiza, maestro indudable de tantos jóvenes arquitectos y también mío. Sensible a toda novedad y a todo progreso inteligentemente asumido, desde sus enciclopédicos conocimientos. A Julio Cano, mi mejor amigo entre los arquitectos maestros.
A Miguel Fisac, a Alejandro de la Sota, Asís Cabrero, Rafael Aburto, Ramón Molezún, Corrales, García de Paredes, o Rafael La Hoz y también el Bohigas de los años iniciales en que fundamos juntos el grupo R, y del que tantas cosas me separan, pero al cual también tantas otras me unen.
Al mirar ahora hacia atrás, sin prejuicios, me alegra pensar que siempre procuré obrar honesta y lealmente, que mi intención tue siempre recta, sin que nadie pueda decir que de mí recibió daño y que puse en el empeño todo el rigor y vigor de que fui capaz, sin preocuparme demasiado de mi provecho.
Mi posición intelectual, claramente definida ideológicamente, me llevó a enfrentarme contra el oportunismo demagógico y politizado, que tan artificialmente perturbó la vida española en los últimos años del régimen del General Franco y convirtió las Universidades y Colegios Profesionales en campos de batalla política, contra toda lógica y razón.
De nada valía, frente a las posiciones sectarias de aquellos tiempos, la recta intención de encontrar solu­ciones y proponer caminos.
Nada se nos reconocía a quienes nos enfrentamos con el sectarismo, porque para muchos "pacifistas" de hoy sólo tenía justificación, la lucha y la guerra, más o menos declarada.
Ni nada tampoco se reconocía a quienes no participábamos de la ciega pasión de destruir todo cuanto no coincidía con sus posiciones.
La descalificación, la mentira y el silencio, se ensayaron con éxito en aquellos turbulentos tiempos que no fueron ni siquiera heroicos, aunque otra cosa se diga ante la voluntad de olvido y de reconciliación que España vivió durante largos años, y también por el abandonismo final de los más obligados, precursor, tal vez, de la inhibición y el egoísmo generalizado que ahora nos inunda.
Y sin embargo, al volver la vista atrás, puedo decir que de nada de cuanto hice en aquellos años me arrepiento, sin que tal afirmación pueda suponer que desconozca que fue, precisamente en estos años, cuando se generó la marginación. a la que se me ha sometido durante casi quince y que ha convertido mi vida en una especie de largo exilio interior, no ciertamente deseado, que no ha conseguido vencer mi esperanza. No creáis que mis palabras son exageradas. La simple lectura de mi curriculum profesional, a partir de 1976. no deja margen para el engaño: la reforma de un Pabellón del Hospital Provincial de Madrid y tres viviendas privadas para tres familias amigas, es todo lo que he construido en España, en estos años. Desde hace dos, algo ha cambiado y he ganado un concurso para la Expo de Sevilla, y se me han encargado los proyectos de la Embajada de Varsovia, y dos bloques de viviendas de VPO gracias a la gestión de antiguos alumnosmíos,alosquenuncadejaré de agradecer su afecto. No protesto, pero no quiero soportar la mentira. No me quejo, pero quiero dejar constancia. Ni me lamento tampoco, porque no soporto la auto‐compasión lagrimosa.
Fueron años duros y se me ha hecho pagar muy cara la fidelidad a mis propias ideas y mi entrega a la profe­sión y a la docencia.
Por eso agradeceré mientras viva las pruebas de amistad que he recibido en estos años pasados, de tantos arquitectos amigos que han compensado con su afecto tantos desvíos.
Pero hoy no quiero hablar de esa cuestión. Hoy quiero hablaros, sencillamente, de esta Escuela, y no para contaros de ella su historia o su realidad presente. que padecéis en vuestras propias, sino para animaros a que luchéis por su futuro, que en gran medida será vuestro futuro, y también de alguna manera, el futuro de la arquitectura española. Porque no quiero, después de una vida de constante compromiso, callar ante la situación presente. No quiero que algún día podáis decir que nadie os habló con claridad del riesgo en que se debate la carrera y la profesión que habéis libremente elegido, sin que nadie os advirtiera de los males que desde la Escuela os acechan, ocultos en el torpe absentismo en que la Profesión, salvando a cuantos deban salvarse, se debate.
De nada, o de muy poco, han valido las palabras que pedían y aún piden desde la profesión, y a favor de ella (entre otros yo mismo) una reforma profunda que adecué la realidad profesional a los grandes cambios que la transformación social, estructural, económica y técnica de nuestros tiempos, reclaman. Una reforma que, partiendo del claro entendimiento del ser de la arquitectura, aborde la transformación de la Escuelas y de los Planes de Estudios, para hacerlos efectivos y coherentes con lo que la sociedad nos pide, para luego a partir de esas reformas, plantear la reestructuración de las competencias y la coordinación de las funciones dentro del amplio campo de la Arquitectura desde el diseño a la construcción, formando equipos integrados que puedan dar adecuada respuesta a la creciente complejidad de la edificación, en todos los terrenos donde se inserta la realidad de la arquitectura, salvando siempre su radical esencia como valor de cultura, y no planteando como mero campo de reparto de intereses, amparados en supuestas competencias no apoyadas en conocimientos reales, ni en las necesidades de la edificación arquitectónica y sí, tan sólo, como suma de actividades yuxtapuestas, no pocas veces antagónicas, que convierten a las parcelas descoordinadas de los diferentes conocimientos especializados, en Reinos de Taifas donde viene a morir la auténtica Arquitectura.
Pero, frente a esa necesidad de reordenación, de reforma, y de visión integrada, nuestra Escuela masifica, (y en su distinta medida todas las demás Escuelas españolas), presenta un panorama que. globalmente, sólo puede valorarse como negativo, aunque muchos buenos profesores se esfuercen dentro del caos, en mantener una acción tanto más encomiable, cuanto más anárquica es la situación dentro de la cual se encuentran.
Muchas de las deficiencias y defectos que existían hace más de veinte años, y que ya hace más de veinte años denunciamos, sigue existiendo, corregidos y aumentados por la masificación y la descoordinación escolar, que, al menos, entonces no existían, y que hoy presiden la agonía de nuestras Escuelas, sin que nadie, o muy pocos, perdidos en la impotencia de la soledad, parezcan interesarse, operativamente, en la resolución, de un caos que se hace cada vez más manifiesto con el paso del tiempo.
La demagogia, en su momento, y la masificación, ahora, han llegado a convertir a nuestra Escuela en un inmenso cadáver que ha muerto de gigantismo (sin el cual tal vez podrían corregirse los defectos existentes) y que ha paralizado cualquier mecanismo de recuperación, y que si a muchos aún les parece vivo es tan sólo por la inmensa cantidad de seres animados que lo habitan. La descoordinación escolar, nacida en gran medida en el gigantismo y en la masificación, se ha visto agravada con la aparición de los Departamentos, que tal vez sean buenos en sí, pero que resultan totalmente inadecuados para dar soluciones a una Escuela gigantesca, donde los propios departamentos se constituyen fatalmente en mecanismos masificados, inoperantes en sí mismos pero que, además para mayor inoperancia rompen le necesaria integración de las enseñanzas de la carrera, convirtiéndose en mecanismos estancos incapaces de atender a la coordinada unidad que precisan los estudios de Arquitectura. Quiero decir, antes de continuar, porque es de justicia hacerlo, que esta necesaria transformación no puede hacerse sino desde una actuación solidaria de todos los estamentos, niveles y mecanismos de la Escuela, y desde una comprensión de sus problemas de parte de la profesión que debe reclamar y defender, también desde otras plataformas de actuación, a la profesión misma y la rees­tructuración que se precisa.
Sé muy bien que esa necesaria solidaridad, constituye ya en sí un difícil problema para la acción que debe emprenderse, porque la insolidaridad se genera en el egoísmo, el indiferentismo, la insolidaridad y la frivolidad que caracterizan el panorama actual de la sociedad española.
Pero no quisiera que mis palabras de hoy, palabras de recuerdo, afecto y despedida, fueran interpretadas por los más jóvenes como expresión de un pesimismo que nunca ha sido mío.
Juicio riguroso, duro y sin engaños. SI. Pero no abandono, ni pesimismo. Mi despedida, que dedico principalmente a los que aún son alumnos, quiere tener una significación muy distinta, que enlaza con la actuación de toda mi vida. He luchado en todo momento, mientras lo he creído posible, pero cuando he entendido en muchas ocasiones, que el esfuerzo disciplinado y la proposición razonada no se escuchan ni a nada conducen, he preferido marcharme, denunciando sin miedo, los males que nos afligen y la culpable complicidad que supone todo silencio. Mis palabras de hoy quieren ser, coherentemente con ello y cumplir un servicio de advertencia y de estímulo. Quisiera que mi última presencia académica en esta Escuela fuera, como lo ha sido toda mi vida, una presencia comprometida con mis convicciones y valores; trasladando a los que después de mí, como profesores o alumnos habréis de seguir en ella, la voluntad de no permanecer indiferentes, con egoísta o desinformada actitud, ante los peligros que acechan a la arquitectura española, y de no aceptar la degradación a la que están abocados la Arquitectura y los arquitectos. Qué saldrá de nuestras aulas, si se aceptan mansamente las reformas equivocadas que se están preparando y que nos afectan, sin dar respuesta al caos que ya existe. Quisiera que mis palabras tuvieran acento de llamada a la responsabilidad y a la solidaridad entre vosotros, profesores y alumnos, para que defendáis juntos lo que es justo y lo que es bueno para la profesión que nos une y para la arquitectura que es nuestra vocación compartida y un también Patrimonio inalienable de nuestra cultura, como herencia viva hacia el mañana. Quisiera que mis palabras os hicieran sentir que es preciso y urgente, como un primer paso de eficacia, plantear, de una vez por todas, la des masificación de nuestras Escuelas, y muy concretamente de esta deteriorada Escuela de Madrid.
Daros cuenta que ninguna escuela de Arquitectura debería superar los 500 alumnos si se quiere su eficacia, y que ésta pasa de los 6.000. Des masificación que sólo se logrará mediante la división de este Centro para dar paso a Escuelas menores, donde sea posible la relación personal entre los alumnos, donde el alumno sea mucho más que un número en una interminable lista; donde la relación entre profesores y alumnos no sólo sea la correcta, sino que además se pueda producir espontáneamente a través del conocimiento personal y humano; donde sea posible la enseñanza personalizada que nuestra carrera exige y a la que tenéis derecho; donde los Departamentos tengan una dimensión idónea que permita la coordinación entre sí y no se ignoren como de hecho ocurre en los Centros masificados; donde los claustros sean una lógica relación de personas y no asamblearias reuniones de imposible eficacia, que sólo sirven para la demolición, pero nunca han servido para la construcción ordenada.
Quisiera transmitiros la idea de que es preciso exigir, porque tenéis derecho a hacerlo, que se dote a las Escuelas, y desde luego a ésta, de los medios materiales necesarios e idóneos que se precisan en cuanto a locales y mobiliario. Con las dotaciones y servicios imprescindibles para que la enseñanza pueda darse de forma correcta, y donde esa exigencia no pueda considerarse como un capricho o una frivolidad que sólo se concede a los que lloran.
Transmitiros la idea de que es preciso devolver a los profesores la dignidad de su misión, poniendo fin al erróneo camino de convertir al docente en funcionario; apañando a los mejor preparados profesionalmente de su vocación a la enseñanza, fomentando la lógica formación de un profesorado, correctamente retribuido, seleccionado a partir de la excelencia de sus expedientes, pero formado en el trabajo junto a un maestro libremente elegido, que pueda también, libremente, elegir a sus colaboradores, para que desde una identifica­ción personal, profesional y pedagógica puedan desarrollar libremente la difícil misión de aprender y de ense­ñar, y no ciertamente desde impersonales decisiones de comisiones de contratación que interfieren, sin con­sideración, en la libertad de las cátedras. De que es necesario reestructurar las enseñanzas de la carrera, devolviendo al Proyecto su posición central, respecto a todas las materias que en la carrera se imparten; estableciendo la necesaria coordinación entre Proyecto y las demás materias; abandonando la nefasta coordinación que convierte a la asignatura de Proyectos en una materia más, escasa de tiempo, paralela, y no central, dentro del conjunto de las enseñanzas de la Arquitectura.
De que debe estructurarse la organización departamental como un mecanismo eficaz para la profundizaron en las materias de sus competencias, pero al servicio de una coordinación necesaria con las otras materias, y no como el mecanismo de desintegración en que se han convertido.
No podéis conformaros con que os conviertan en dibujantes, grafistas o decoradores, que no entienden la efi­cacia totalizadora que el Proyecto representa, como lugar de encuentro de todos los conocimientos integra­dos que el Arquitecto ha representado a lo largo de la historia de la cultura, desde los conocimientos huma­n﨎ticos, que son su apoyatura de partida, hasta los conocimientos técnicos que permiten abordar coheren­temente la construcción, desde las cimentaciones hasta el último detalle de su definición última, dentro de la unidad que le confiere su valor cultural, superados de visiones meramente económicas o técnicas, y cuya efi­cacia es la belleza y la adecuación, que se deben traducir en felicidad para quienes habitan nuestras obras. No renunciéis, persiguiendo la facilidad y la superficialidad, a vuestras responsabilidades, porque, sólo en la medida en que sean necesarios y responsables, la sociedad entenderá el permanente valor de la arquitectura y respetará a los arquitectos. Vuestra responsabilidad tiene su máxima expresión en llevar a buen término la coordinación de las muchas piezas que deben integrarse en la obra de Arquitectura, desde los valores técnicos y la eficacia económica, hasta la belleza.
Esforzaos en que la Arquitectura española no muera a manos de los consultores desintegrados, ignorantes del valor creativo que la Arquitectura tiene y reclama, y que en su incomprensión de ese valor sintético y generador que el Proyecto representa y tiene, se enfrenta con él desde la óptica desintegrada de las distintas especialidades entendidas como yuxtaposición de técnicas que se plantean como contradictorias y aún antagónicas con la misma Arquitectura.
La Universidad Politécnica a la que pertenecemos, y el propio Ministerio del que dependemos no parece enten­der la Arquitectura desde su valor de cultura, y de arte con razón de necesidad, que siempre ha tenido y siem­pre deberá seguir teniendo, si no se quiere empobrecer el patrimonio colectivo de la sociedad y de cada uno de los hombres. 
Cuando nuestra sociedad, que ya despierta, y en la cual en mitad de muchas oscuridades se perciben luces que así lo anuncian, rechace el falso sueño de la total inmanencia; del único valor del dinero; del engañoso espejismo de las técnicas: de la cegadora tentación del hedonismo; y reclame de nuevo la supremacía de los eternos valores transcendentes que desde la noche de los tiempos han dignificado la vida de los hombres, situará a los técnicos, a la razón y al dinero en el lugar de instrumentos de eficacia que les corresponden, pero los despojará de su actual enfatuamiento de ser la medida de todas las cosas.
En este momento, de nuevo, el hombre que sufre y espera, en su integrada dimensión de razón y de emo­ción, redescubrirá ese misterioso acento que la Arquitectura guarda como voluntad de dar a ese hombre su integrada entidad en la que se identifican la alegría de la eficacia técnica y la belleza, que el hombre, aún sin saberlo necesita y reclama. Sabéis quienes otras veces habéis escuchado mis palabras, que no pretendo hacer de nuestra Arquitectura un coto cerrado de personalizados intereses, sino que entiendo la Arquitectura como un campo de encuentro de muchas vocaciones y de muy distintos conocimientos.
En nuestro campo de la Arquitectura tienen su puesto integrado, al margen de toda demagogia falsamente igualitaria, o democrática, muchos técnicos dé muy distintas competencias, convocados al quehacer integrado de hacer realidad el proyecto: con la única condición de respetarla, entendiendo que el Proyecto Arquitectónico, generador e integrador de esa Arquitectura, es mucho más que un dibujo y el Arquitecto algo más que un artis­ta irresponsable.
Tenéis que lograrlo, afirmando nuestra vocación de Arquitectos. Pero exigiendo a vosotros mismos, el duro y maravilloso esfuerzo que el serlo, ciertamente, comporta. Luchad por recuperar el prestigio que los arquitectos tuvieron siempre, desde el reconocimiento social de vuestra eficacia.
Sed coherentes en vuestras palabras y en vuestros actos. No persigáis imágenes, sino ideas, porque las imágenes podrán cambiároslas, pero las ideas serán siempre vuestras.
Sed solidarios y no egoístas. Sed eficaces y no soberbios. Esforzaos en el esfuerzo integrado, y no aislado. Sed responsables y no ligeros. Mirad la vida con el optimismo esencial que da la certeza de no perseguir mezquinos objetivos. Recobrar la certeza de saberos partícipes y herederos de una raza grande, aunque hoy no os lo parezca. Haced vuestra la idea de que vuestra fortaleza está en el pasado, aunque vuestro único objetivo sea el futuro, y amad la historia y la tradición que os enriquece, sin lastrar vuestra andadura de futuro. Recordar la D'Orsiana afirmación de que todo lo que no es tradición es plagio, y desde ella construid nuevas y originales realidades. Formáis parte de una gran cultura que tal vez no ha dado demasiados estadistas, pero que siempre ha dado nombres creativos, artistas que han iluminado el mundo y vosotros habéis elegido ser uno de ellos. No os dejéis arrebatar la posibilidad de ser vosotros mismos y por tanto dueños de una vida nueva, continuadora de los esfuerzos y eficacias de quienes, desde siempre os hicieron herederos. En España, en esta España nuestra a la que tanto amamos, siempre ha habido y hay ahora, muchos buenos y aún magníficos arquitectos, vosotros podéis serlo, porque el genio de nuestra raza no se agotó antes de vuestro alumbramiento.
Vosotros tenéis derecho a querer ser como los mejores pero tendréis que luchar para conseguirlo, sin que los errores de los demás lastren vuestra voluntad y vuestra fuerza. Tenéis derecho a que esa potencialidad que en vosotros existe no se frustre.
Sé muy bien que los arquitectos no hacen solos la Arquitectura y que no toda la responsabilidad de la Arquitectura está en vuestras manos, porque la arquitectura es un arte social que no nace sólo de los arqui­tectos, aunque sean éstos quienes la conformen, sino también de las normas y ordenanzas que tantas veces la coartan; de los promotores y propietarios que no siempre son cultos, ni ven en la Arquitectura más allá de una mera necesidad de uso y del lucro que persiguen; de los contratistas que demasiadas veces ven tan sólo en la Arquitectura el pretexto de su negocio; de los políticos que no se interesan mucho sino por lo inmediato; de los financieros y especuladores que miden la Arquitectura por su rendimiento económico; de los técnicos desintegrados que la mayoría de las veces sólo ven la Arquitectura por la gatera de su especialidad; de la sociedad en su conjunto, demasiadas veces desconocedora y desinteresada de la arquitectura más allá de su más inmediato consumo cotidiano. Pero no (flaqueéis por eso.)
Ni El Escorial, ni la Alhambra, ni la Giralda sevillana, ni La Mezquita de Córdoba, ni el Partenón, ni Santa Solía. ni el Banco de Hong Kong, ni la Fundación Ford, ni la Casa Milá de Barcelona, ni ninguna de las grandes obras de la arquitectura de todos los tiempos que iluminan la historia del hombre con su brillo, hubieran sido posibles desde las limitadas perspectivas de la incomprensión. pero hubo gentes capaces de soñar sus sueños, capaces de hacer posible su realidad, vosotros también podréis si lucháis unidos, si sois fuertes, si trabajáis con vigor, si sabéis entender lo que es vuestro. Quisiera, en esta última lección en la Escuela, convocaros personalmente a la esperanza, a la alegría y las certezas pero no desde la irresponsabilidad, sino desde el trabajo, la inteligencia y el rigor de vuestro esfuerzo. Trabajad y luchad, para que no tengáis más dificultades en vuestro camino que las que, naturalmente, nacen de las dificultades de todo aprendizaje. Trabajad, luchad y permaneced atentos para que no triunfe la incomprensión administrativa y no llegue a ser realidad la amenaza del daño que se está generando a través de la Reforma de la Enseñanzas. Exigid de las Escuelas una actitud responsable, exigid de los Colegios que se conviertan en órganos operativos, obligad a la Administración a que atienda a nuestras razones, que son también las razones de la Arquitectura española.
Exigid de la Universidad, y del Ministerio, desde la propia Escuela y desde la profesión la des masificación y el desdoblamiento de esta Escuela, en Escuelas más pequeñas y más eficaces, públicas o privadas, que permitan la educación personalizada a la que tenéis derecho. Sed exigentes y rigurosos con vuestros profesores, ayudándoles con el ejemplo de vuestro trabajo y el entusiasmo de vuestra dedicación, a encontrar nuevos caminos. Exigiros, ante todo a vosotros mismos, porque nada os será dado sin vuestro esfuerzo. Ya mi lección termina, ya no hablaré más en esta Escuela como profesor, aunque siempre podréis contar conmigo, aquí o en cualquier lugar, como amigo, porque nunca quedan terminadas las tareas que los hombres emprenden.

24 de Enero de 1991” (1)



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NOTAS
(1) Texto íntegro proporcionado amablemente por  AGUILERA/GUERRERO @AGUA_architects



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